Las mañanas de domingo son perezosas por definición. A medida que transcurre el día se van animando pero por pura inercia, no porque yo le ponga ninguna intención. Los desayunos son la primera prueba de fuego. Casi nunca me toca prepararlos y siempre encuentro algo sugerente pero rapidito de preparar que no me lleve más de unos minutos.
Con el verano llegan las barbacoas, las salidas al campo y surge la eterna duda: ¿Cómo llevo el postre para que no se haga migas? No hay problema, aquí tenéis la solución. Basta con reciclar tarritos de compotas de los niños, botes de mermelada o cualquier otro que os parezca bonito y al que, además, le encaje a la perfección unas pequeñas tapas que os voy a presentar.
La primera vez que probé este postre supe que tenía que aprender a hacerlo.
Estuve echando un ojo a su origen que se remonta al siglo XIX así que, si después de casi dos siglos se ha convertido en una referencia entre los postres ingleses con nombre propio, no es que yo diga que está buenísimo sino que otros antes que yo también lo han dicho. De deporte va la cosa: se sirve en el partido anual de críquet entre el Colegio Eton contra los estudiantes del Winchester College.
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Me merezco un premio y es que, a veces, no me queda otra opción que proporcionarme un momento de placer aunque sea efímero. Entre las carreras en el trabajo para sacar los encargos a tiempo, las idas y venidas a buscar a los niños al colegio, las compras de última hora en el supermercado y así hasta el infinito, no tengo tiempo más que para pensar en las vacaciones en cada mini pausa. Así que decidí que este fin de semana me merecía un premio: helado casero.
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Cuando hablamos de postres especiales y vistosos nos imaginamos pasando mil horas en la cocina pero lo cierto es que algunos son tan sencillos de preparar que en un abrir y cerrar de ojos lo tienes. Este es el caso de esta paulova de melocotón y maracuyá. Tenía ganas de hacer unas fotos utilizando unas traseras de papel pintado que me había regalado Lidia, mi gran amiga de Manga por hombro craft. A esto hay que sumar que cambié el lugar en el que habitualmente saco las fotos y quería probar la luz. Estuve dando vueltas a la cabeza para que los colores del plato que fotografiase estuviesen a la altura. Espero que os gusten tanto como a mí.